Canterbury, Inglaterra
Edad Media

¡Qué largo ha sido este último recorrido! Siento que han trascurrido años desde el último lugar hasta este, y sin embargo, tan sólo me he tartado unos minutos.
Al frente mío me recibe una placa enorme en hierro que dice Canterbury. ¡Estoy en Inglaterra! Maravilloso. Se siente el frío de la ciudad, parece que la noche ya está cayendo. ¿Será que ya habrán pasado las cinco de la tarde? Me encantaría un té.

Sigo caminando y de repente en frente mío aparece una poderosa construcción de picos altos, torres imponentes, coloridos ventanales y pasajes fantásticos. Es nada más y nada menos que la famosa Catedral de Canterbury, uno de los íconos más representativos del arte gótico en Europa. Encuentro una puerta pequeña abierta y decido entrar a explorar la catedral. Es majestuosa… sus grandes naves devoran todo lo que contienen; a pesar de la oscuridad los vitrales brillan y es posible distinguir sus mensajes; se abren paso paredes enormes y un altar inmenso en toda la mitad del lugar se estaciona sin lugar a duda de estar en el lugar correcto.

La ciudad está sola, no hay mucha gente afuera. Me he encontrado con algunos habitantes en zonas cercanas a la catedral que han murmurado algo a cerca de una peste que ha está acabando con una parte significativa de la población. Pareciera que hoy en día sólo quedan los rezagos de esa peste, pero la gente lo recuerda como si hubiera sido ayer.
Creo que va a ser un buen momento para conciliar el sueño y esperar qué trae la luz del día.

Mi primera mañana en Canterbury. Ha amanecido y es como si el sol trajera un panorama completamente distinto al de anoche. La ciudad se ve más iluminada y los rostros de las personas también. Es como si hubiese llegado de visita una noche difícil, de decadencia y me hubiese despertado en un día donde las perspectivas son distintas.
¡Hoy será un buen día para tomar té a las cinco de la tarde y prepararme para emprender una nueva aventura!
