
Segunda Parada
ROMA
Me gustan mucho los gatos, creo que ya lo había mencionado en este viaje por el tiempo. ¡Qué bueno que siempre tengo la posibilidad de llegar a lugares donde me encuentro con gatos! Justo ahora, veo algunos en unas ruinas… parece que he regresado a Roma. Ya el coliseo no es igual al que hace un tiempo visité. Seguramente han pasado muchísimos años.

Empiezo a caminar y reconocer esta nueva Roma. Encuentro un lugar muy acogedor para sentarme a tomarme un vino y desde allí, logro ver una gigantesca construcción en la plaza. Un enorme edificio abraza con sus columnas de cemento todo el lugar; esto definitivamente no estaba cuando vine la primera vez. Contemplo durante un rato y luego, la curiosidad me gana. Me urge saber que es ese lugar. A mi lado había un hombre tomando el sol junto con su botella de vino y a él decido preguntarle. Un poco asombrado de escuchar esa pregunta aparentemente con una respuesta tan obvia, me contesta que es el Palacio Apostólico, lugar donde se encuentran importantes lugares como la Basílica de San Pedro y la Capilla Sixtina y que acaso yo de dónde vengo para no saberlo.
Al parecer la existencia de la capilla era algo que cualquier persona de ese entonces debía saber, pero yo, sin entrar en detalles, le dije que venía de un lugar lejano en el mundo. Para ese entonces era una construcción que llevaba varios años hecha y es el centro de la iglesia católica del mundo entero. De la Capilla me dijo que es un lugar muy importante y que de todas las capillas del Vaticano era la más especial, además de ser el lugar donde se realizan los cónclaves, que son las reuniones donde se nombra al Papa.



El hombre se animó a contarme algunas cosas sobre la este lugar. Me habló de las importantes reuniones de sacerdotes que allí se hacían; de sus enormes paredes pintadas; de la importancia que tiene como obra del periodo que algunos han llamado el “Renacimiento” gracias a los detalles y las proporciones contemplados por los arquitectos Baccio Pontelli y Giovanni de Dolci. También me dijo que si quería podría entrar a conocerla; que podría esperar a la misa de Navidad que estaba próxima a venir ya que esa era oficiada por el mismo Papa. De verdad que parecía un lugar fascinante al cual por supuesto tendría que entrar en algún momento.
Antes de despedirnos, pude observar que el hombre estaba haciendo unos dibujos. Eran verdaderamente hermosos. La precisión, el detalle, las figuras. Le pregunté a qué se dedicaba y me respondió que en ese momento trabaja para el Papa en la Capilla Sixtina y que sobre todo, era un apasionado del arte.
Me levanté de la mesa, le agradecí al personaje por su tiempo y sus historias, y antes de partir le dije que yo me llamaba Lucía, y que cuál era su nombre. Él me respondió: “Miguel Ángel Buorranoti. Pero sólo Miguel Ángel es suficiente”.


